lunes, 5 de mayo de 2014

Noé, una controversia eco-teológica


Hollywood es un gran cosmorama donde la vulgaridad dificulta la percepción general de las cosas. Aterra pensar en los millones de espectadores que son influenciados a diario por el american way of life que expone brutalmente el cine. Millones anhelan tener la fama y el dinero de Brad Pitt o Tom Cruise, pero casi nadie quiere el prestigio interior que significa pensar, hacer arte, o practicar la compasión.
A esta altura, nadie podría negar que esta enorme industria se ha convertido en un factor de concientización cada vez más poderoso. Los lugares que la música culta y la literatura han cedido ante la cultura de masas, el cine lo ha tomado, y ha redoblado su apuesta.
Nos quejamos de su maquinaria estupidizante, pero cada tanto el cine norteamericano puede dejarnos alguna enseñanza. Lo interesante (sentido caro a la estética kierkegaardiana) de filmes comerciales como Noé, es que ponen en jaque ciertos prejuicios sobre los que reposa nuestra (mala) conciencia occidental.
De dudosa calidad estética, Noé es un buen filme no tanto por sus cualidades formales y narrativas, sino porque hace una relectura del mito del arca veterotestamentaria, que expone algunos absurdos sobre los que reposa el señorío de la religión judeo cristiana, uno de los marcos educativos centrales en la formación de la conciencia occidental.
Más que un semita devoto del monoteísmo, Noé es un creacionista, un ecologista y por ende, un defensor de los animales.
Que el plan inicial de la construcción del arca fuera la salvación del reino animal, y muy dudosamente la supervivencia del género humano, es una de las apuestas más interesantes que plantea este filme.
Por otra parte, que la película no haya caído en gracia a las iglesias cristianas, no debería ser más que un prejuicio dogmático que cada cristiano en particular (alejado por un momento del espectro institucional) debería superar a la hora de atender algunos de los reclamos que el filme nos hace a nosotros, occidentales creyentes. Cualquier hombre -cristiano, judío o ateo- que cada tanto realice un examen de conciencia de sus actos, no puede desconocer que la religión occidental no ha hecho absolutamente nada en favor de los animales, sino que, por lo contrario, se ha regodeado de ese supuesto señorío sobre las bestias que plantea el Génesis para hacer cuanta fechoría y embutido fuera posible.
Hablando ahora en términos generales, queda claro que en una controversia entre la ecología y la teología, es evidente que, sostenida desde un sentido absolutamente ético y no intelectual, la ecología tiene más preguntas que hacerle a la teología que al revés.
Ya no se trata de argumentos teóricos, dogmas o doctrinas, sino de salvar a nuestros semejantes, a ese vasto prójimo que incluye todos los seres vivos, creación de Dios: lección que los dogmáticos de turno sólo suelen reducir al género humano.

Una última reflexión -que nos atañe particularmente- referida al filme. Noé, ecologista y profeta, es vegetariano. A medida que pasa el tiempo, la pregunta por el sentido profundamente ecológico y - por qué no?- espiritual del vegetarianismo se vuelve cada vez más evidente, no sólo para el cristiano, que debería amar y respetar todo lo que ha sido creado a la perfección por Dios, sino también para el ecologista, quien no debiera pasar por alto que una de las mayores incidencias en la huella de carbono la produce la industria cárnica.

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