lunes, 10 de marzo de 2014

Una teología animal




Tauromaquia, una de las barbaries más crueles que defiende la civilización católica española


 "Según Borges, su padre decía que una palabra en los Evangelios, favorable a los animales, los hubiera salvado de miles de años de maltrato; pero que es inútil buscarla, porque no está."  Entrada del 28/02/1974 del libro Borges, Adolfo Bioy





Usualmente afirmamos que en la actualidad las ideas carecen de la importancia que alguna vez tuvieron. "La profundidad es la dimensión perdida de nuestro tiempo" (P. Tillich). Sin embargo, el pensamiento filosófico y nuestras creencias siguen ejerciendo, como ayer, un dominio indiscutible sobre cada uno de nuestros actos. El mundo está gobernado por cientos de creencias, que pujan entre ellas por alcanzar un dominio hegemónico sobre las restantes. Las ideas gobiernan el mundo. Así, no es azaroso que nuestro sistema de pensamiento occidental esté signado por presupuestos que la filosofía cristiana viene cosechando en nuestra conciencia, subrepticia o evidentemente, desde hace veinte siglos. Como dice Belloc, no se puede pensar a Europa (agregaríamos a Occidente), sin el Cristianismo.
En este orden de cosas, cuando pensamos en términos ecológicos, no debemos olvidar este mapa de creencias, que desde las napas más profundas de la conciencia, costumbres, hábitos, etc, operan en nuestro sistema de pensamiento y en nuestros actos. Nuestros actos son acompañados por nuestras ideas.
Muchos ecologistas se preguntan una y otra vez, por qué el mundo (no sólo en lo espiritual y material) desde una perspectiva ecológica y medio ambiental, ha llegado a la crisis aguda que nos rodea ¿Qué hemos hecho, voluntaria o involuntariamente, durante tantos siglos, para degradar nuestro entorno y a nuestros hermanos menores, los seres vivos que nos acompañan en la cohabitación de la tierra?
Es entonces cuando se vuelve inevitable sostener que uno de los grandes problemas ecológicos de nuestra civilización es la carencia absoluta de una teología cristiana animal.
La filosofía cristiana, subjetivista y jerárquica por antonomasia, no ha hecho más que relegar a un espacio ínfimo, cuando no de dominación y posesión feroces, a los animales y el resto de los seres vivos llamados inferiores. La relación que el Cristianismo asume frente a lo no humano es de dominio y de superación, no de hermandad o cohabitación (ese sistema dialéctico tan bien manifestado en la tríada hegeliana "tesis- antítesis- síntesis". Cabría preguntarse, en otro orden de cosas, qué puede entender un cristiano europeo, colonialista, omnívoro y cartesiano- absolutamente enraizado en su cógito ergo sum, por "síntesis", pregunta que acaso sí podría responder un budista, un taoísta o un hinduísta, ya que es proverbial el vínculo de armonía y afectividad que los orientales mantienen con su entorno).
Sólo una pequeña península en la historia de la cristiandad supo trabajar en la más pacífica discordancia con esta filosofía mecanicista; hablamos del movimiento franciscano, creado por el padre de la etología, Francisco de Asís. El resto es terreno de conquistas, de dominación, y de la puesta en práctica de la dialéctica del amo y del esclavo (sendos ejemplos podemos encontrar de este tipo de relación ambigua amo- esclavo, donde el uno necesita dialécticamente del otro para ejercer su función, en la conquista española sobre América, en la ocupación inglesa del sur de África, en la conquísta británica de la India, etc). Los animales, desde nuestra perspectiva y cosmovisión cotidiana, no guardan ninguna importancia, salvo en el ámbito lúdico del divertimento que provoca poseer una mascota. A primera vista, esto no resultaría nocivo, salvo para nuestros hermanos menores. El punto de inflexión que olvida el racionalismo europeo colonialista es que biológicamente, todos los seres vivos cohabitan armónicamente un ecosistema que solo puede funcionar bajo la estructuración conjunta de cada una de sus partes, no de una cabeza que ejerce el control sobre los otros actores, subyugándolos. Destruyendo nuestro ecosistema, nos estamos destruyendo a nosotros mismos (el desequilibrio ecológico que puede provocar el exceso de tala o de caza -por citar dos funestos casos del ejercicio que la violencia humana imprime sobre la naturaleza- está todavía por manifestarse en todo su catastrófico esplendor).
Si el Cristianismo busca verdaderamente salvar al hombre, y no sólo a su alma, deberá replantearse el lugar que todos los seres vivos merecen ocupar en la rueda económica del cosmos. Una teología animal puede llevarnos a un mejor puerto ecológico.
Jesús nos enseñó el amor incondicional y la donación absoluta hacia nuestros semejantes. Será un verdadero acto de bondad incondicional extender ese mensaje hacia todos los seres (animales, plantas, árboles, insectos) que nos acompañan en esta hermosa tierra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario