martes, 14 de enero de 2014

La coherencia del vegetarianismo

Me pregunto hasta qué punto podemos llegar a ser honestos con nosotros mismos, y los ideales que defendemos.
El naturalista Jean Dorst, cuya honestidad intelectual, como biólogo y conservacionista nadie puede poner en duda, inicia uno de sus libros más célebres (La force du vivant) comentándonos lo caro que resulta la compra de ostras y otros moluscos de consumo alimenticio "en un puesto de la esquina". Suponemos que se refiere a París, ciudad donde trabajaba.
Este es el mismo autor que, en 1965, escribía el primer y más acabado informe que una sola persona pudiera pergeñar hasta la fecha (Avant que nature meure), sobre el estado de la naturaleza por obra y gracia de la predación humana. En aquel libro, Dorst exponía detalladamente el peligro que implicaba para el hombre moderno el consumo de animales marinos, fruto de la excesiva y cada vez más agravante contaminación de los mares.
Análogo lapsus comete uno de los precursores de la ecología, W. H. Hudson, cuando en The book of a naturalist, condena el asesinato de gansos para consumo alimenticio, pero en las mismas páginas admite que podría comer sin objeción alguna, y hasta con placer, pollos o gallinas.
¿Se puede ser ecologista y a la vez ser carnívoro?
Nuestra conciencia actual nos pone más presión que la que en su momento pudieron enfrentar naturalistas como Dorst o Hudson.
El estado actual de nuestro planeta, en el 2014, nos obliga a considerar seriamente que ser ecologista -ambientalista o conservacionista- implica en lo esencial mantener una dieta vegetariana, no sólo por una cuestión meramente "jurídica", que atañe al derecho de toda criatura a vivir y cohabitar la tierra.
También está puesto en juego el "asunto del medio ambiente": no comer animales incide directamente en una reducción de la huella de carbono, y en hacer disminuir la nefasta maquinaria industrial alimenticia, que ampara la dieta de la mayoría de los humanos.
Nuestro planeta hoy nos exige un grado mayor de coherencia que la que mostraron nuestros antepasados.
Será cuestión de cada uno decidir hasta dónde se puede defender, con argumentos teóricos o acciones, el estado en deterioro de nuestro medio ambiente. 

lunes, 6 de enero de 2014

Hermanos

El Saola (Pseudoryx nghetinhensis) descubierto hace 22 años, está pronto a su extinción
La necesidad de amar y cuidar por sobre todas las cosas a los animales en peligro de extinción no tiene que ver ni con una cuestión científica, ni con la preservación de un ecosistema que, al contar con menor biodiversidad, se degrada paulatinamente (y por ende en la "cadena de favores" todos salimos perdiendo) ni tampoco tiene que ver con la franciscana y misericordiosa compasión hacia los seres inferiores. Estos agumentos son tan importantes como muchos otros que se puedan encontrar en la defensa de los animales perjudicados por el hombre, pero antes que ellos hay un fundamento que prima, y al que deberíamos atender más que a ninguno. La necesidad de proteger con todas nuestras fuerzas a los animales que están a punto de desaparecer, por la propia mano predadora del hombre, radica, básicamente, en que tenemos la obligación ética y moral de cuidar, como seres vivos, y hermanos mayores de la creación, el derecho a la vida y a la libertad de todas las criaturas de la tierra, ya sean éstas microorganismos, plantas o animales. Nadie tiene el derecho de arrobarse la apropiación, explotación o extinción de ningún organismo que necesita de la vida tanto como nosotros.
Hemos llegado a la luna, intentamos colonizar todos los territorios que se disponen ante nuestros planes, pero todavía no hemos aprendido a cuidar las cosas y los seres por su naturaleza intrínseca, y por el derecho a celebrar la vida que tiene todo aquello que respira y se nutre.
El día en que los hombres empecemos a considerar al resto de los seres vivos de nuestro planeta como nuestros hermanos menores, a los que debemos proteger por obligación intelectual y emotiva, ese día la naturaleza y sus conjuntos serán un poco más felices, y el equilibrio, tal vez, ya no esté tan lejos.