lunes, 6 de enero de 2014

Hermanos

El Saola (Pseudoryx nghetinhensis) descubierto hace 22 años, está pronto a su extinción
La necesidad de amar y cuidar por sobre todas las cosas a los animales en peligro de extinción no tiene que ver ni con una cuestión científica, ni con la preservación de un ecosistema que, al contar con menor biodiversidad, se degrada paulatinamente (y por ende en la "cadena de favores" todos salimos perdiendo) ni tampoco tiene que ver con la franciscana y misericordiosa compasión hacia los seres inferiores. Estos agumentos son tan importantes como muchos otros que se puedan encontrar en la defensa de los animales perjudicados por el hombre, pero antes que ellos hay un fundamento que prima, y al que deberíamos atender más que a ninguno. La necesidad de proteger con todas nuestras fuerzas a los animales que están a punto de desaparecer, por la propia mano predadora del hombre, radica, básicamente, en que tenemos la obligación ética y moral de cuidar, como seres vivos, y hermanos mayores de la creación, el derecho a la vida y a la libertad de todas las criaturas de la tierra, ya sean éstas microorganismos, plantas o animales. Nadie tiene el derecho de arrobarse la apropiación, explotación o extinción de ningún organismo que necesita de la vida tanto como nosotros.
Hemos llegado a la luna, intentamos colonizar todos los territorios que se disponen ante nuestros planes, pero todavía no hemos aprendido a cuidar las cosas y los seres por su naturaleza intrínseca, y por el derecho a celebrar la vida que tiene todo aquello que respira y se nutre.
El día en que los hombres empecemos a considerar al resto de los seres vivos de nuestro planeta como nuestros hermanos menores, a los que debemos proteger por obligación intelectual y emotiva, ese día la naturaleza y sus conjuntos serán un poco más felices, y el equilibrio, tal vez, ya no esté tan lejos.

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